Mis padres nos enseñaron a mis
hermanos y a mí, a conocer y amar la música criolla, tanto que en nuestras
reuniones familiares se arma la jarana, bailamos y cantamos con el corazón.
Pero también tengo arraigada la influencia musical de mi abuela, amante de la
música mexicana, se encargó de enseñarle a casi todos sus nietos a querer, respetar
y sobre todo sentir las rancheras en el alma.
Entonces cuando viví con la
abuela, era común empezar los quehaceres cotidianos del hogar, con las intensas
y emotivas rancheras y boleros mexicanos sonando a todo volumen en la gran sala
de la casa. Y como era de esperarse, mis emociones despertaban al sentir la letra
de cada una de las canciones, muchas para nada apropiadas para una niña de 10 u
11 años, que las cantaba a viva voz como si hubiera sufrido una cruel decepción
amorosa.
Cantantes como José Alfredo Jiménez
(mi favorito), Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía, Jorge Negrete, Agustín Lara,
Vicente Fernández, son algunos de los que están en los recuerdos de mi infancia
y por supuesto en mi play list de hoy. Hablando con amigos y gente contemporánea
conmigo, puedo ver que soy de las pocas rarezas de 27 años que conoce la cultura
musical mexicana, algunos sí saben de películas muy populares, pero no de las
canciones, y es que para llegar a amar esta música tienes que haber sido criada
por una mujer maravillosa como mi abuela, con tanta influencia para inculcar en
sus nietos una de sus grandes pasiones y hacerlos sentir lo mismo que ella.
Las canciones que hacen vibrar las
fibras más duras de mi ser son Cucurrucucu Paloma, Ella, Volver, Qué de malo
tiene, Serenata sin luna, Perdón, México lindo y querido, creo que son más de
100… Amo mi querido Perú y toda su cultura, pero siempre he pensado que si un
país que es un digno competidor en el arte de la música para nosotros ese es
México.
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