Nuestra vida diaria está cargada
de estrés, producto de las actividades laborales, estudios, responsabilidades y
la rutina en la que nos movemos, y para poder liberar esta carga de tensión,
algunas personas solemos practicar algún arte o deporte que nos relaja, nos
devuelve la paz y tranquilidad que perdemos durante el pasar de las horas.
Tengo varias formas de eliminar
el estrés y la mala vibra, pero lo que más me hace feliz es bailar. Cuando bailo
me olvido de todo, recupero la energía que pierdo durante el día. La música tiene
el poder de trasladarme a momentos muy emotivos de mi vida, aquellos que me han
hecho matar de risa, saltar de felicidad y añorar tiempos pasados, pero también
sentir la compresión del corazón por la tristeza, hasta quedarme en estado inerte,
como un pedazo de hoja seca.
Nunca estudie danza, no porque no
quisiera, no tuve la oportunidad y tampoco la busqué, pero siento que nací
bailando, que Dios me favoreció regalándome buen ritmo y oído para ir al compás
de la música, y es que cada vez que lo hago me siento libre. Para mi bailar
significa la felicidad resumida en 4 minutos de versos cantados.
Con el tiempo descubrí que
también cantar me llena el alma (no tengo una voz ni de cerca bonita, pero hago
mi esfuerzo), escuchar los versos que crearon esos increíbles hombres llenos de
inspiración, que cuentan en una prosa o rima sus experiencias de vida o de los
demás, es como nutrir mi alma de pura intensidad. Escuchar a Gian Marco recitar
con ritmo sus versos me eriza la piel, lo mismo que puede causar Joaquín Sabina
con sus estremecedoras historias.
Son dos de mis grandes
pasatiempos, cada cosa que hago la asocio o acompaño con una canción, salir a
correr siempre tiene que estar acompañado de los audífonos y gritar fuerte la
parte de la letra que más me hace vibrar, poco o nada me importa que volteen a
mirarme, sigo de largo entonando lo mejor que pueda la canción que ese momento
describa mis sentimientos...
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